Por qué la Catequesis

Peques

Niños

Jóvenes



Entre 0 y 3 añitos

Desde que nace el niño, debe sentir a Dios en la vida de sus padres. En esta etapa, la vivencia religiosa se debe transmitir dentro de la máxima claridad y con actos concretos en un clima de intensa afectividad.

Conviene por lo tanto, que el niño vea desde su cuna o cama una imagen del Niño Jesús y de la Virgen.

Entre los 3 y los 6 años

Más importante que enseñar oraciones, es desarrollar en los niños la capacidad de diálogo sencillo y espontáneo con Dios.

Hay momentos del día que se convierten en ocasiones especiales para este diálogo, como es por ejemplo en la noche cuando acompañamos a los pequeños a la cama o al despertarse, igualmente durante las cenas en las que damos gracias por los alimentos y demás aspectos que cada quien considere.

Esta es la etapa en que el niño comienza a comprender el valor de la misa y por lo tanto es bueno llevarlo, cuando sea posible, a misas especiales para chicos.

 

Esto les ayudará a tomar la Eucaristía no como un compromiso obligado, sino como un diálogo con Dios a través de esta ceremonia.


10 consejos para ir a Misa con los peques

Os ofrecemos aquí una lista a tener en cuanta que nos vendrá bien a los papas

Entre los 6 y los 10 años

Esta es la llamada “Edad de Oro” y es el momento en el que los padres pueden ganar en buena parte la batalla de la adolescencia. Es la edad del razonamiento y por lo tanto conviene tener en cuenta lo siguiente:

– Elegir un buen colegio

– Continuar con el ejemplo

– Consolidar su formación religiosa

– Prepararlos para la Primera Comunión

– Ayudarles a formar su conciencia

– Continuar con las virtudes humanas y sociales

Entre los 10 y los 12 años

En esta etapa los consejos son una continuación de la etapa anterior, pero con una clara orientación a preparar para la edad de la crisis: la adolescencia. Por esto conviene cuidar, entre otras cosas, las siguientes:

– Dar criterios claros y asegurarse que se han entendido bien.

– Ayudarle a intensificar la vivencia de las virtudes, especialmente la caridad, la sinceridad, la laboriosidad y la reciedumbre.

– Darle una información sexual adecuada a su edad y a las circunstancias del ambiente en que se mueve.

– Ayudarle a usar su libertad responsablemente.

– Resaltar la necesidad y el valor de ayudar a los demás.

– Enseñarles a descubrir el valor de una buena amistad.

– Mantener con los hijos un clima de confianza y alegría.

Jóvenes Católicos

adquirir sabiduría no es algo que sea espontaneo, lo vamos cultivando poco a poco, en ocasiones sin darnos cuenta a lo largo de nuestra vida. En este enlace que te facilitamos al principio descubrirás una gran herramienta para conocer más a Cristo y poder amarlo con profundidad.


Curso radiofónico  Catequesis "VEN"

para jóvenes y personas alejadas de la Iglesia que desean encontrar de nuevo el Amor de Dios.


La Misa, de un rollo a vivirla a tope

En este archivo podrás leer el testimonio de un joven como tu al que no le decía nada la misa y como pensando un poco en profundidad descubrió un gran tesoro.


Nadie nace santo

La santidad se consigue con mucho esfuerzo, pero también con la ayuda y la Gracia de Dios. Todos, sin exclusión, están llamados a reproducir en sí mismos la vida y el ejemplo de Jesucristo, caminar detrás de sus huellas.

Si estás leyendo esto es porque estás interesado en tomar tu vida espiritual más seriamente de ahora en adelante; quieres aceptar de corazón uno de los puntos clave del Concilio Vaticano II: la importancia de la doctrina de la llamada universal a la santidad. También porque conoces que Jesús es el único camino a la santidad: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida».

El secreto de la santidad es la oración constante, la cual puede ser definida como el continuo contacto con la Santísima Trinidad: «reza siempre y sin desfallecer» (Lucas 18, 1). Hay varios caminos para llegar a conocer a Jesús. Nosotros vamos a hablar brevemente sobre algunos de ellos en este artículo. Si quieres llegar a conocer, amar y servir a Jesús de la misma forma que aprendes a amar y enamorarte de otras personas: tu esposa, miembros de tu familia y amigos íntimos, por ejemplo, deberás pasar un tiempo considerable con Él de forma regular y diaria. El retorno, si lo haces, es la única felicidad verdadera en esta vida y la visión de Dios en la próxima. No hay sustituto para esto.

La santificación es un trabajo de toda la vida y requiere nuestro determinado esfuerzo para cooperar con la Gracia santificante de Dios que viene por medio de los sacramentos.

Los siete hábitos diarios que propongo consisten en:

El ofrecimiento de la mañana

Al menos quince minutos de oración mental en silencio

Lectura espiritual: Nuevo Testamento y un libro espiritual sugerido por tu director espiritual

La Santa Misa y Comunión

El rezo del Santo Rosario

La recitación del Ángelus al mediodía

Un breve examen de conciencia por la noche

Estos son los principales medios para alcanzar la santidad. Si eres una persona que quiere llevar a Cristo a otros a través de la amistad, estos son instrumentos con los cuales almacenarás la energía espiritual que te permitirá hacerlo. La acción apostólica sin los sacramentos volverá ineficaz una sólida y profunda vida interior. Puedes estar seguro que los santos incorporaron por uno u otro camino todos estos hábitos en su rutina diaria. Tu objetivo es ser como ellos, contemplativos en medio del mundo.

 

Quiero remarcar varios puntos antes de examinar los hábitos

  • Primero: recuerda que el crecimiento en estos hábitos diarios son como una dieta o un programa de ejercicio físico, es un trabajo de proceso gradual. No esperes incorporar los siete o aún dos o tres de ellos en tu agenda diaria inmediatamente. No puedes correr una carrera de cinco kilómetros si antes no te has entrenado. Tampoco puedes tocar a Liszt a la tercera clase de piano. Esta prisa te invita al fracaso, y Dios quiera que tengas éxito tanto en tu ritmo como en el Suyo. Debes trabajar cercanamente con tu director espiritual y gradualmente incorporar los hábitos a tu vida en el período de tiempo que corresponda a tu particular situación. Puede ser el caso que por las circunstancias de tu vida se requiera la modificación de los siete hábitos.
  • Segundo: al mismo tiempo debes hacer el firme propósito, con la ayuda del Espíritu Santo y tus especiales intercesores, para hacer de ellos la prioridad de tu vida —más importante que comer, dormir, trabajar y descansar—. Quiero aclararte que estos hábitos no se pueden adquirir de cualquier manera. Ese no es el modo como nosotros queremos tratar a los que amamos. Deben realizarse cuando estemos más atentos, durante el día, en un lugar en silencio y sin distracciones, donde sea fácil ponerse en presencia de Dios y estar con Él. Después de todo ¿no es más importante nuestra vida eterna que nuestra vida temporal? Todo esto redundará llegado el momento de nuestro juicio como una cuenta de amor a Dios en nuestro corazón.
  • Tercero: quiero dejar claro que vivir los hábitos no es una pérdida de tiempo. No estás perdiendo el tiempo, en realidad lo estás ganando. Nunca conocerás una persona que viva todos ellos diariamente que sea menos productiva como trabajador o peor esposo o que tenga menos tiempo para sus amigos o no pueda cultivar su vida intelectual. Todo lo contrario, Dios siempre recompensa a los que lo ponen a Él primero. Nuestro Señor multiplicará asombrosamente tú tiempo como multiplicó los panes y los peces y dio de comer a la multitud hasta saciarse. Puedes estar seguro de que San Juan Pablo II, la santa Madre Teresa o san Maximiliano Kolbe rezaban mucho más que la hora y media que se sugiere en estos hábitos repartidos a lo largo del día.

 

Primer hábito: ofrecimiento de la mañana

El primer hábito es el ofrecimiento del día por la mañana, cuando utilizando tus propias palabras o una fórmula, ofreces todo tu día a la gloria de Dios. Lo que no es simple es lo que sucederá antes del ofrecimiento. Véncete cada día desde el primer momento, levantándote en punto, a la hora fija, sin conceder ni un minuto a la pereza. Si con la ayuda de Dios te vences, tendrás mucho adelantado para el resto de la jornada.

¡Desmoraliza tanto sentirse vencido en la primera escaramuza!

En mi experiencia pastoral, quien puede vivir el «minuto heroico» en la mañana y a la noche se va a la cama en el tiempo previsto, tiene la energía física y espiritual a lo largo del día como para cesar lo que esté haciendo para cumplir los hábitos.

 

Segundo hábito: oración mental en silencio

El segundo hábito es por lo menos quince minutos de oración en silencio. Puedes agregar otros quince minutos extras en otro momento del día. Después de todo, ¿quién no desea pasar más tiempo en tan excelente compañía? La oración es una conversación uno a uno, directa con Jesucristo, preferentemente frente al Santísimo Sacramento en el Sagrario.

Esta es tu hora de la verdad o tu momento superior. Si lo deseas puedes abrirte y hablar acerca de lo que está en tu mente y en tu corazón. Al mismo tiempo adquirirás el hábito de escuchar cuidadosamente y meditar como otra María (Lucas 10, 38-42) para ver qué es lo que Jesús te está pidiendo y qué te quiere dar. Es aquí donde comprendemos su dicho «Sin Mí, nada podéis hacer».

 

Tercer hábito: lectura espiritual

El tercer hábito son quince minutos de lectura espiritual que usualmente consistirá en unos pocos minutos de sistemática lectura del Nuevo Testamento, para identificarnos con la Palabra y acciones de nuestro Salvador. El resto del tiempo en un libro clásico de espiritualidad católica recomendado por tu director espiritual. En cierto sentido, es el más práctico de nuestros hábitos porque a través de los años leeremos varias veces la vida de Cristo y adquiriremos la sabiduría de los santos y de la Iglesia junto con la lectura de docenas de libros, los cuales enriquecerán nuestro intelecto. También podremos poner las ideas allí expresadas en acción.

 

Cuarto hábito: la Santa Misa

El cuarto hábito es participar en la Santa Misa y recibir la Santa Comunión en estado de gracia. Este es el hábito más importante de todos (cfr. Jn. 6, 22-65). La Santa Misa debe estar muy en el centro de nuestra vida interior y consecuentemente de nuestro día. Este es el acto más íntimo posible del hombre. Encontramos a Cristo vivo, participamos en la renovación de Su sacrificio por nosotros y nos unimos a su cuerpo y alma resucitada. Como San Juan Pablo II dijo en su Exhortación Apostólica Ecclesia in America: «La Eucaristía es el centro viviente y eterno centro alrededor del cual la comunidad entera de la Iglesia se congrega.» (n°35).

 

Quinto hábito: rezo del Angelus o Regina Coeli al mediodía

El quinto hábito es rezar cada día al mediodía el Angelus o Regina Coeli invocando a Nuestra Santísima Madre de acuerdo al tiempo litúrgico. Esta es una costumbre católica que se remonta a muchos siglos. Este es un hermoso modo de honrar a Nuestra Señora por un momento. Como niños, recordamos a Nuestra Madre durante el día y meditamos sobre la Encarnación y Resurrección de Nuestro Señor, el cual da sentido a toda nuestra existencia.

 

Sexto hábito: rezo del Santo Rosario

El sexto hábito también es Mariano: el rezo del Santo Rosario cada día y la meditación de los misterios, los cuales versan sobre la vida de Nuestro Señor y Nuestra Señora. Es un hábito que, una vez adquirido, es difícil abandonar. Junto con la repetición de las palabras de amor a María y el ofrecimiento de cada decena por nuestras intenciones, nosotros tomamos un atajo hacia Jesús, el cual pasa a través del corazón de María. Él no puede rechazar nada de Ella.

 

Séptimo hábito: examen de conciencia por la noche

El séptimo hábito es un breve examen de conciencia por la noche antes de ir a la cama. Te sientas, pides luces al Espíritu Santo y durante varios minutos revisas tu día en presencia de Dios preguntándote si te has comportado como un hijo de Dios en el hogar, en el trabajo, con tus amigos... También examinas alguna área particular, la cual tienes identificada con ayuda de tu director espiritual, quien conoce tus necesidades para mejorar y llegar a la santidad. También puedes hacer una rápida mirada para ver si has sido fiel en los hábitos diarios que hemos discutido en este artículo. Luego haces un acto de gratitud por todo lo bueno que has hecho y recibido, y un acto de contrición por aquellos aspectos en los que voluntariamente has fallado.

 

Consideraciones finales

Si una persona examinase honestamente su día, no importa cuán ocupado esté (y nunca me pareció encontrarme con gente que no esté muy ocupada a no ser que esté permanentemente retirada), puede frecuentemente encontrar que usualmente malgasta un poco de tiempo cada día.

Piensa, ¿qué necesidad hay de una taza de café extra cuando puedes usar ese tiempo para visitar el Santísimo Sacramento quince minutos antes de comenzar el trabajo? O la media hora (o mucho más) gastada mirando programas de televisión o vídeos. También es común gastar tiempo durmiendo en el tren o escuchando la radio en el auto cuando puede ser usado para rezar el Santo Rosario. Igualmente, ¿el diario no lo puedes leer en diez minutos en lugar de veinte dejando espacio para la lectura espiritual? ¿Y esa comida no podría hacerse en media hora dejando espacio para la Santa Misa? No olvides que esta media hora es tiempo malgastado cuando al final del día podrías haberla usado para una buena lectura espiritual, examinar tu conciencia e ir a la cama a tiempo para recuperar energías para las batallas del día siguiente. Y la lista continúa... Puedes hacer la tuya.

Sé honesto contigo y con Dios. Estos hábitos, vividos bien, nos capacitan para obedecer la segunda parte del gran mandamiento: amar a los otros como a nosotros mismos. Estamos en la tierra como estuvo el Señor «para servir y no para ser servido». Esto sólo puede ser alcanzado junto a nuestra gradual transformación en otro Cristo a través de la oración y los sacramentos. Viviendo estos siete hábitos llegaremos a ser personas santas y apostólicas, gracias a Dios. Ten por seguro que, cuando caigamos en algo grande o pequeño, siempre tendremos un Padre que nos ama y espera en el Sacramento de la Penitencia y la devota ayuda de nuestro consejero espiritual para que volvamos a nuestro curso correcto.